Un asunto que tenía que haberse resuelto hace cinco años, se ha prolongado, en buena parte por los titubeos de las autoridades municipales y estatales. La negativa a usar toneladas de cianuro y pólvora en la Sierra de la Laguna, a rechazar este tipo de minería de riesgo, debió ser rotunda, pero no ha sido así. Por un lado, poderosos grupos empresariales, por otro, autoridades temerosas tienen en vilo a los pobladores del sur del estado que saben lo que ha sucedido en otras latitudes cuando se han producido accidentes y daños irreversibles al ambiente. Increíble que autoridades que imponen una serie de requisitos para visitar la Sierra de la Laguna, vacilen a la hora de permitir una mina que usa toneladas de explosivos y lixiviación con cianuro.

Fuente: Octavo Día
Con este motivo, con la idea de exponer ante las autoridades municipales las razones que se tienen para no permitir el desarrollo minero Los Cardones, diversas organizaciones y ciudadanos se dieron cita el jueves 6 de agosto en la sesión de cabildo que dio inicio casi a las once de la mañana, presidida por el primer regidor, iniciaron los posicionamientos en una sala a oscuras por falta de electricidad donde apenas si cabían los protagonistas del encuentro. Un equipo de sonido trasmitía la sesión a los cerca de las quinientas personas que escuchábamos afuera del recinto, uno por uno, a los representantes y ciudadanos independientes que argumentaban, sin límite de tiempo, sus razones.

Que es un área natural protegida donde pretenden instalar una mina a cielo abierto; que la contaminación, el polvo, los químicos, los metales pesados; que el peligro de accidentes en presas de jale, ejemplos hay muchos, el más reciente Sonora; que las detonaciones, que el área sísmica, que las características del subsuelo; que los productores de agricultura orgánica en la zona; que los huracanes, que el cambio climático; que los deslaves del terreno; que las especies endémicas, que el paisaje, que la vocación turística, etc. Los oradores fueron enumerando las poderosas razones, casi siempre, coronaron su intervención con un fuerte regaño a las autoridades municipales que, a pesar de las razones, dudan en cambiar el uso de suelo para que las mineras se asienten y destruyan buena parte del escaso paisaje verde de la media península.

Pasaron dos, tres horas, eran las dos de la tarde, el calor apretaba, los deberes llamaban y los expositores contra la minera se sucedían y repetían las razones, explicaban, argumentaban, hacían gala de sus títulos académicos, otros contaban anécdotas, otros informaba de la situación de la minería en Rumania, Alemania y República Checa. La sesión se hacía cansada, tediosa, el público se amodorraba y de vez en cuando aplaudía sin mucha enjundia. La gente buscaba agua, acudía a los negocios aledaños, el de la nieve de garrafa hizo su agosto, se improvisaban abanicos y aparecían gotas de sudor en la punta de la nariz mientras adentro, en ese ayuntamiento en ruinas, se repetían constantemente los razonamientos iniciales y otra vez al cianuro, a las presas de jales, a los accidentes, a los huracanes, al agua y la contaminación. No sabría decir cuánto duró la sesión.

Dicen que por la tarde, la sesión continuó, ahora para escuchar las razones de quienes están a favor de que se instale Los Cardones, ahora sí, con electricidad, luz, aire acondicionado, agua para los oradores, guardia privada y un salón adecuado, para con toda comodidad nuestros regidores, atentos, asienten las explicaciones técnicas que aseguran que el cianuro se guarda muy bien, que el agua es de mar, que no duele ni deja cicatriz. Muy diferente a la sesión matutina, las cosas ocurrieron en orden, sin gritos de: ¡el pueblo unido jamás será vencido! ¡somos un chingo y seremos más!. La reunión vespertina con los poderosos y la matutina con la perrada, dejaron entrever las razones del titubeo y las razones por las cuales el asunto se ha prolongado y aún estamos con la espada de Damocles sobre nuestras cabezas.

No se sabe que piensa el Cabildo, pero la mayoría de los defensores del ambiente y contra la minería a cielo abierto, cree que terminarán por imponerse las mineras; que serán éstas mediante sobornos las que logren el cambio de uso de suelo y la autorización plena para meter maquinaria pesada, pólvora y contaminantes a un área natural protegida adonde hoy ni siquiera se puede introducir un cerillo.

Sólo un regidor del Ayuntamiento paceño ha dejado clara su postura contra Los Cardones, otro, un regidor de apellido Barajas un día se llenó de audacia y firmó un documento en el que rechazaba la minería tóxica pero, al otro día –en 24 horas- ya había cambiado de parecer. “Me convencieron las mineras” dicen que dijo, ante la natural suspicacia del respetable.

El trato que ha dado el Ayuntamiento paceño, de molestia, de desagrado, de nariz respingada con los ambientalistas y ciudadanos preocupados, pero de obsequiosidad a los poderosos de las minas y TV Azteca; el silencio y la falta de posicionamiento de los miembros del Cabildo; los rumores de jugosos estipendios para que aprueben el cambio de uso de suelo; la tortuosidad burocrática, la prolongación del conflicto hace que la cosa pinte mal –muy mal- para los sudcalifornianos, para el medio ambiente, para el futuro de las áreas naturales protegidas, para la Sierra de la Laguna y para las nuevas generaciones que podrán reclamarnos –con justa razón- la blandenguería nuestra en la defensa de la tierra.