Relato del viaje del sociólogo y escritor Alfredo Molano Bravo al suroriente de Antioquia a la tierra de la granadilla ahora más parece la tierra de los pastos que muestra cómo los terratenientes y la minería están cambiando el mapa agrícola de una rica región.

Por Alfredo Molano Bravo* publicado en diario El Espectador

17/10/2011. A las 6 de la mañana dejamos atrás la montaña de oro con sus socavones, sus guacheros y su conflictivo futuro. Las bocaminas son cada vez más escasas mientras trepamos por una carretera destapada en buen estado, lo que levantó suspicacias en mi compañero de silla en un bus que bregaba contra la pendiente: “Es que últimamente se ven por acá muchas camionetas de la compañía y a los ingenieros no les gusta el zangoloteo”.

Las casas de los mineros son descuidadas y oscuras, como si fueran la prolongación de los túneles donde trabajan; construidas en cemento y tejas de zinc, no tienen flores ni árboles frutales. Al cruzar la cuchilla aparecen a lo lejos Riosucio y Supía, también en la mira de las grandes compañías mineras canadienses. Al avanzar hacia Caramanta, los cultivos de granadilla se hacen más frecuentes. Desde lejos parecen gigantescas cobijas que arropan las lomas; de cerca, las frutas maduras que cuelgan tienen algo provocativo, casi erótico.

Las construcciones de bahareque y teja de barro no dejan duda de que entramos en una región campesina. La quebrada Arquía es el límite municipal entre Marmato y Caramanta. La carretera marca otra frontera: en las tierras altas y frescas se ven más potreros que fincas; en las bajas y calientes, más fincas que potreros. Arriba predomina la ganadería; abajo, el café y la caña panelera. Dos modos de trabajar la tierra, y de vivir. Al pasar por una construcción nueva y extraña, que no es ni galpón ni establo, sino corral cubierto, me explican entre silencios que pertenece al “Señor”. Me quedé esperando el apellido.

Caramanta es, sin más, un pueblo bello. Y limpio. Como todos los pueblos del suroeste antioqueño, tiene una iglesia gris de torres altas y agudas; una plaza espaciosa, todavía enmarcada por casas de bahareque, y puertas, ventanas y balcones en madera pintados con azules y verdes, anaranjados y amarillos, rojos y rosados, que combinados unos con otros transmiten una alegría y unas ganas de vivir que dejan tocar el espíritu del pueblo.

Las calles que convergen en la plaza, que vienen de abajo o van para arriba, muestran la misma cara. Los niños juegan a la pelota en las aceras, las colegialas pasan apuradas, los viejos toman tinto en las esquinas, las mujeres balconean apoyadas en los antebrazos. El hotel donde me hospedé tiene un patio amplio; empedrado; rodeado de begonias, azaleas, geranios; tiene comedor con ventanales en el primer piso y sala con reloj de péndulo en el segundo. El resto son alcobas limpias con sábanas recién planchadas.

Historia de saqueo

Caramanta fue andaregueado por conquistadores en busca del oro indígena y de las minas de donde se sacaba. A mediados del siglo fue erigida como Real de Minas con dos encomiendas y adscrita a la Gobernación de Popayán, con el nombre simbólico de Sepulturas, dada la cantidad de tumbas de naturales. Hacia 1820, empresarios acomodados de Medellín pagaron con bonos de la Independencia 160.000 fanegadas y fundaron la Nueva Caramanta, posesiones donde se establecieron poco a poco colonos campesinos prevenientes de Arma, Sonsón y Abejorral en busca de guacas, tierras nuevas y minas de oro.

Minas y tierras han hecho la historia del suroeste, un territorio que se disputaron Antioquia y Cauca en una pugna que se cerró con la guerra del 75 a favor de los antioqueños. Por su lomerío pasaban los caminos que comunicaban a Medellín con Cali y Popayán, y a Medellín y Pereira con Quibdó. La gente de Caramanta vive aún muy orgullosa de que Carlos Gardel haya pasado una noche en el pueblo. Por supuesto, después del fatídico accidente en Medellín.

La Violencia de los años 50 en el suroeste estuvo vinculada a los tres grandes corredores de colonización antioqueña hacia el occidente: Dabeiba, Urrao y Ciudad Bolívar. La región de Caramanta, Supía y Támesis dependía del Comando Superior del Suroeste, mandado por el liberal Juan de J. Franco, que operaba en el triángulo Dabeiba-Urrao-Salgar. Fue una violencia exclusivamente banderiza en sus comienzos; se fue transformando en conflicto social en la medida en que incluía la economía cafetera de Caldas; como se sabe, fue una de las estrategias para concentrar la propiedad territorial en la región limítrofe con Caldas. En la década de los 70, a tun tun de la bonanza bananera en Urabá, aparecen grupos guerrilleros del Epl y las Farc que dominaron tanto la cuenca del Riosucio como la del Murrí y que se expandieron en los 90 hacia Salgar, Concordia y Caramanta.

La economía y la guerra

A raíz del rompimiento del pacto cafetero se derrumbó el precio del grano en los mercados internacionales. De 1,39 dólares la libra en 1998, cayó a 0,89 en 1991. La Federación de Cafeteros apeló a elevar la productividad para defender la economía cafetera e impuso la sustitución de las tradicionales variedades, el arábigo y el borbón, por el caturra y la colombia, que implicaban un costoso paquete técnico que no obstante hizo nuestro café sensible a la roya. El resultado fue la ruina de un gran sector de la economía cafetera campesina y el fortalecimiento de una nueva capa de empresarios.

El desempleo y la emigración afectaron la estable estructura económica de Caramanta. Al mismo tiempo, y no de manera independiente, el país entero se enrumbó hacia el narcotráfico. Los jóvenes —los cientos de muchachos que el colegio Juan Pablo Gómez Ochoa botaba al desempleo— salieron a buscar fortuna hacia las zonas productoras de coca y a los centros donde reinaban los carteles de Cali y Medellín. Y uno que otro regresó rico a su pueblo como cualquier español después de haber hecho su América. Es el caso del señor del pueblo, el Lord Voldemort, “el que no debe ser nombrado”, “el que tú sabes”, “el señor oscuro”, el “Señor”.

La coca no llegó a Caramanta —ni en general al suroeste—, pero llegó el paramilitarismo en todas sus versiones, desde las Convivir hasta las Auc. “Existen registros de prensa sobre el accionar de estos ejércitos privados en municipios como Andes, Caramanta, Venecia, Concordia y Urrao, que consiste básicamente en amenazas, desapariciones, asesinato selectivo de campesinos y líderes cívicos acusados de pertenecer o simpatizar con la insurgencia y delincuentes comunes” (Verdad Abierta).

En Caramanta y vecindades actuaba La Escopeta. En ninguna región fue tan palpable el tránsito de las Convivir a las Autodefensas (1995-1997). Unos años después, estos grupos se organizaron como Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu), fundadas por Carlos y Vicente Castaño. El grupo en Caramanta estuvo comandado por Doblecero, un oficial del Ejército, y después por René, un carnicero que había estado en las Farc, que actuarían en adelante como Bloque del Suroeste.

En el campo militar era una organización más, pero en el plano económico se distinguió por no traficar con cocaína, por lo menos en el sector de Caramanta. Sus recursos salían principalmente de la extorsión generalizada. Campesinos, transportadores, bares, comerciantes, terratenientes, pagaban entre 30.000 y 300.000 pesos mensuales, sin excepción. Había varias bases permanentes en predios de grandes haciendas de donde salían a realizar sus operativos, que además del boleteo, consistían en “limpiar de indeseables la región”[1].

Las autoridades municipales no se dieron por enteradas del fenómeno. Por el contario, todo parece indicar que se subordinaron a los paramilitares. Más aún, la enorme mayoría de asesinatos que ejecutaron no fueron registrados por los medios. Fuentes informadas locales calculan que entre 1991 y 2006 hubo más de 200 asesinatos en el municipio. El Bloque Suroeste ingresó al proceso de Justicia y Paz en Ciudad Bolívar en 2005, bajo el mando del Águila, de cuyo paradero no se tiene noticia. Otro de los comandantes del bloque fue el famoso Tasmania, que se apropió de muchas tierras en la zona donde mandaba.

El destierro, el monopolio

Los testimonios recogidos en el municipio indican que durante estos años de control paramilitar emigró y fue desplazada mucha gente. Según el DANE, la tasa de crecimiento de la población es negativa: -3,2. La tierra tendió a ser concentrada con una rapidez inusitada. El índice de concentración de Gini es 0,6036, donde uno es la perfecta desigualdad y cero la perfecta igualdad. El 0,46% posee en el suroeste el 45% de la tierra. Las cifras concretas en Caramanta no deben ser muy diferentes.

La expansión de los señores de la tierra en el municipio tuvo lugar en la misma época, aunque se hizo en zonas distintas y bajo modalidades diferentes. En la zona fría, arriba de 2.000 metros, predominaba la ganadería de leche en fincas de propietarios o poseedores tradicionales. Eran fincas medianas —de entre 20 y 70 fanegadas—, no muy productivas y con grandes problemas de transporte, puesto que las vías no sólo no eran pavimentadas, sino que se veían interrumpidas por constantes derrumbes, como el que bloqueó el paso en La Balastrera durante varias semanas el invierno pasado.

Algunos campesinos vendieron sus predios o los perdieron con los bancos. Uno de ellos fue el padre del “Señor”. Perdió su finca mientras su hijo prosperaba en el Valle del Cauca. Cuando regresó rico, compró no sólo la propiedad que su padre había perdido, sino las de sus vecinos, y las de los vecinos de sus vecinos, hasta adquirir un gran globo que continuó ampliando hasta el punto de que hoy es considerado el más grande y potente hacendado de la región.

Las tierras situadas arriba de la carretera que une Valparaíso y Marmato, atravesando Caramanta, son prácticamente la hacienda del innominado. Hay unas pocas cejas de monte en la parte más fría, y en los últimos tiempos el “Señor” cultiva la granadilla y el tomate de árbol con trabajadores traídos de Urrao —donde son especializados en esas frutas— y de otros pueblos. Lo demás, el 90% de sus tierras, está en pastos, algunos mejorados. Del casco municipal salen todos los días varios buses con jornaleros para el ordeño, la limpia de potreros, el cuidado del ganado y el laboreo de la granadilla.

Cuando se viaja hacia el pueblo y se pregunta por las propiedades, la respuesta es la misma que le daba el Gato con botas al rey: “Son de mi señor, el Marqués de Carabás”. Sobraría decir que la influencia local, y en particular política, que tiene este gran hacendado es equivalente a la extensión de sus propiedades y a la capacidad para emplear trabajadores. En buena medida el pueblo depende de sus decisiones. Tiene además una política de lo que llaman ahora responsabilidad social. Ha contribuido a la construcción del ancianato y otras obras pías.

Caña Panelera

La zona caliente —Manzanares, Sucre, Aguadita, Naranjal, Chirapotó— fue siempre y es tierra de caña panelera. Tradicionalmente el cultivo se hacía por medio del sistema de aparcería o medianería, llamada localmente “de cepa”. Los grandes propietarios de la tierra poseían al mismo tiempo trapiches donde se molía la caña, se extraían las mieles y se fabricaba panela. La caña —la cepa— era propiedad del campesino cultivador, pero la tierra era del hacendado.

El producto, la panela, se dividía en partes iguales. Había trapiches que tenían 100 y hasta 150 campesinos que trabajaban y vivían bajo esta modalidad. Las relaciones entre el dueño de la tierra y los campesinos se regían por la costumbre y nunca se presentó el caso de que uno de estos reclamara —pese a la vigencia de la ley 200 del 36— la propiedad donde cultivaba la cepa. La caña panelera no tiene épocas de zafra donde toda la caña se corta; más bien se descepa de cuando en cuando, de manera que los ingresos monetarios son constantes. La gran mayoría de las tierras cálidas del municipio eran así explotadas.

Hace unos años llegó otro señor a comprar tierras y compró todas las que los trapiches le ofrecían. El precio de la panela pasaba por un mal momento. Los ingenios del Valle del Cauca habían entrado al mercado y ofrecían panela a precios que a los campesinos les daban pérdidas o ingresos muy escasos. Entre 1998 y 2005, la panela se pagaba a un promedio de 600-700 pesos por unidad. No sólo compró los grandes trapiches con sus extensas tierras, sino que destruyó físicamente los entables y hasta antiguas casas de hacienda, para sembrar pastos e instalar ganaderías extensivas.

El resultado: más de 500 familias campesinas despojadas de su modo tradicional de vida. El proceso tuvo lugar mientras el Bloque Suroeste, comandado por René, dominaba las vidas de los pobladores y dormía en las haciendas. Durante todo el tiempo de presencia paramilitar, el Ejército y la Policía no trabaron un solo combate con miembros del bloque, ni se supo de detenidos y ni siquiera de informes a las autoridades judiciales.

Verdad Abierta.com señala: “La confusión inicial entre los grupos de vigilancia legales y los grupos ilegales de autodefensa fue aprovechada por estos últimos para ganar confianza entre la población y obtener información. Por falta de cohesión social y poca presencia estatal, muchas personas del común se convirtieron en aliados estratégicos de quienes serían el flagelo para muchos y alivio para pocos”.

Café amargo

Entre las tierras frías y las tierras calientes están las tierras templadas, tierras de café: el camino de la colonización antioqueña. El café cumplió el papel que la coca ha cumplido desde el 70 en la colonización del piedemonte, de las selvas y de los llanos del oriente. Desde la segunda mitad del siglo XIX, el café alcanzaba precios internacionales, rentables para los cultivadores que en el suroeste de Antioquia y en Caldas tuvieron que enfrentarse al poder de las concesiones de tierra hasta anularlas. Fue un cultivo campesino por excelencia, trabajado en parcelas medianas o pequeñas, con mano de obra familiar y con variedades que requerían sombrío con frutales de guamo y plátano que no sólo abonaban la tierra, sino que daban de comer a la familia.

En Caramanta el café ha sido el eje de la economía regional. Como en toda la comarca, la crisis del grano en los noventa afectó muy seriamente a los cafeteros, impuso el cambio de variedades por parte de Fedecafé y con ello sacó del mercado a los más débiles, a los que no pudieron financiar el cambio.

Con todo, el café siguió siendo la fuente de trabajo y de ingresos de la mayoría de los campesinos de la franja cálida, hasta que comenzaron a sentirse amenazados, por arriba y por abajo, por los señores de la tierra que cada día hacían mejores ofertas de compra. Al no verse coronadas en la notaría, los cafetaleros recibían amenazas. Se compraron y vendieron fincas; se transfirieron títulos. Se desplazaron campesinos.

Los paramilitares controlaban el orden público. Un botón de muestra: “El 6 de febrero de 1993 en Caramanta, Antioquia, paramilitares en número aproximado de 25 efectivos fuertemente armados, desaparecieron a los hermanos Nubia Sánchez Sánchez y Edier Sánchez Sánchez, los cuales fueron sacados de su vivienda ubicada en la inspección departamental Alegría. Antes de irse el grupo, dijeron tener una lista negra de 25 personas a las que les pasaría lo mismo. El día 27 fue desaparecido el inspector de la inspección departamental Sucre, cuyo cadáver fue encontrado torturado en los primeros días de marzo” [2].

Las crisis de los cafeteros nunca son totales. Los salva de la bancarrota la estrategia llamada economía de sancocho: todo lo que en una parcela se da, cabe: maíz, yuca, plátano, fríjol y pasto, y, por lo tanto, tres vacas lecheras con soga. Así, algunos campesinos aceptaron la invitación que les hicieron los lecheros grandes de la parte alta, incluido en estos el ‘Señor’.

Organizaron una cooperativa lechera para reducir costos y elevar su poder de negociación con los intermediarios. Lograron algunos éxitos, sobre todo en relación con la carretera, que el departamento mejoró. Pero poco a poco los productores mayores fueron sacando a los menores con el argumento de que la leche de los pequeños llegaba agria y dañaba la de los demás.

Los parceleros fundaron su propio organismo: Asociación Agropecuaria de Caramanta (ASAP). No sólo para resolver el problema de la leche, sino los de la caña, el café y otros comunes: crédito, insumos, comercialización y, por supuesto, las amenazas de compra coactiva o convenida de predios por parte de los señores de las zonas alta y baja. Hoy son 80 socios que defienden tres principios básicos: la producción agroecológica; la participación de las mujeres en pie de igualdad con los hombres, y la familia, y no el individuo, como unidad de afiliación y decisión. En el fondo se trata de una estrategia para defender tanto la economía como la cultura campesinas. Saben que el secreto de la economía es la cultura, entendida como una tradición de normas, valores y territorio.

El peligro de la minería

Los campesinos —cañeros, cafeteros, fruteros, lecheros y buena parte de los pobladores del municipio y las regiones vecinas— son conscientes de un peligro más que implícito, encubierto en la acelerada concentración de tierras: la gran minería. Desde hace unos años han registrado el renovado interés por lo que se ha llamado en la región el ‘cateo’, es decir, la búsqueda de yacimientos de metales preciosos.

Una práctica que caracterizó a la colonización antioqueña y que se había dejado atrás. Lo que inquieta a la gente es que el cateo de hoy va más allá: es una exploración sistemática y técnica del territorio. No sólo de Caramanta, sino de Riosucio, Supía, Támesis, Jardín, Valparaíso. Más aún, los campesinos han identificado a la compañía que lleva a cabo los estudios geológicos: la Solvista Gold Corporation, que “maneja títulos mineros que comprenden los municipios de Caramanta, Guadalupe, Támesis, Valparaíso, Gómez Plata, Amalfi, Carolina del Príncipe, Anorí, Angostura y Campamento, en Antioquia” [3].

El descubrimiento no se paralizó en el asombro y el miedo. Los pobladores de los municipios nombrados se comunicaron entre sí las sospechas y se reunieron en Támesis, el pasado mes de julio, para evaluar las amenazas que representa la gran minería en sus municipios. Concluyeron que era urgente la creación de un organismo colectivo para “visibilizar y plantear acciones contra el Plan Nacional Minero, que actualmente se viene instalando en nuestra región, sin importar las implicaciones ambientales, sociales y económicas que ello representa”.

Y crearon el Cinturón Occidental Ambiental (COA) para defender “nuestra cultura, nuestras selvas altoandinas que resguardan el agua, los bosques, la biodiversidad, el paisaje” y que busca ser miembro de otra organización más amplia y más fuerte: la Red Colombiana Frente a la Gran Minería.

El conjunto de movimientos organizativos muestra por primera vez los estrechos lazos que hay entre la gran minería y la concentración de la tierra. La cuestión es simple, los grandes empresarios agropecuarios buscan asociarse a la locomotora minera porque saben que pueden negociar bien el derecho a la servidumbre que los asiste. Es muy posible, además, que algunos de ellos hayan obtenido concesiones y títulos mineros sobre yacimientos, susceptibles de negociación con las multinacionales.

El mapa de concesiones mineras en los municipios de Caramanta y vecinos es asombroso. El ‘señor que todos sabemos’ tiene haciendas en río Conde, donde tiene títulos mineros la Solvista, y en Yarumalito, donde la concesionaria es la Colombian Mines Corporation. Se avecina pues un conflicto muy peligroso entre las titularidades territoriales de las grandes compañías mineras, los señores de la tierra y los movimientos campesinos.

De Caramanta salimos con el último sol. Desde una curva pudimos observar y gozar un paisaje extraordinario: la vertiente occidental de la cordillera Central, desde Angelópolis y Sonsón, hasta Manizales y el Nevado del Ruiz, prácticamente todo el territorio de la colonización antioqueña del siglo XIX. Pero más asombroso e insólito fue divisar con toda nitidez la cresta del páramo de Sumapaz, situado en la cordillera Oriental. Con la sensación de haber tocado un horizonte cercano, de salida pasamos por Valparaíso, cuna del general Rafael Uribe Uribe, un caudillo que nunca dejó de hacer sus ejercicios quinestésicos en la madrugada, pero que en verdad poco le servían a la hora de hacer la guerra.

* Sociólogo y escritor