Catamarca, Argentina – 11/12/07. Durante el acto oficial de asunción de las (no tan) nuevas autoridades provinciales, un grupo de personas nos acercamos hasta el predio ferial con banderas y pancartas que, bajo el lema “El agua vale más que el oro”, expresaban nuestro rechazo al grave proceso de destrucción y despojo socioambiental que implica la minería a gran escala y que la administración estatal de turno pretende imponer como modelo de desarrollo. Docentes Universidad Nacional de Catamarca

Una Verdad incómoda

Como nos indica el legado del pensamiento sociológico, las verdades más profundas de la sociedad, la complejidad inherente a su naturaleza, se encuentran condensadas y manifiestas en los hechos y gestos más cotidianos y aparentemente insignificantes. En tal sentido, puede resultar muy revelador detenerse un momento a analizar las actitudes y gestualidades asumidas por los diferentes estamentos de políticos, funcionarios, ‘técnicos’ e integrantes de la burocracia gubernamental en general mientras hacían su ingreso al predio, en el marco de una pasarela inesperadamente ornamentada con nuestra presencia y nuestros carteles.

Ante el desconcierto generado, lo primero que se activó fue el lamentablemente siempre vigente reflejo represivo de la lógica estatal: un exagerado número de policías se agolpó ante nosotros y amablemente nos comunicó que debíamos retirarnos hacia fuera del predio alegando un extraño protocolo de seguridad, pese a que nosotros estábamos en la amplia entrada del mismo, sin obstruir el paso, en silencio y orden como les place exigir.

Ya con los efectivos policiales tolerando nuestra permanencia, la actitud predominante de funcionarios, ‘técnicos’ y políticos ingresando frente a nuestras pancartas fue la de una manifiesta incomodidad: acelerar el paso, desviar la mirada, adoptar una artificial postura de ‘distracción’, en fin, gestualidades que se asumen ante situaciones incómodas. Pocas veces las miradas se posaban de manera directa sobre nuestros cuerpos y carteles; todo era de ‘reojo’, mirando para otro lado. Rostros descompaginados, sonrisas forzadas y hasta algún saludo ‘apresurado’, como furtivo, de algún conocido que, de todas maneras, también hubieran deseado evitar el momento.

La incomodidad generada provocó más tarde infantiles maniobras elusivas que ‘libraran’ a los ‘funcionarios más importantes’ de semejante molestia. Pero, como el despliegue policial, estas artimañas sólo desnudaban el ridículo y sobrevaluaban nuestra presencia. Poco cambió la escena con la llegada de la comitiva principal del gobernador: despliegue policial, intentos de ocultamiento, miradas al vacío, rostros adustos. Se trataba de tapar, o bien ya de ‘hacer que no se ve’.

Más directa y enérgica fue esta estrategia cuando pretendimos ingresar al predio. El cordón policial armado de inmediato nos hacía saber que nuestra condición de ingratos era intolerable ya al interior del acto. El subcomisario Martínez, a cargo del operativo de seguridad, según nos dijo, argumentó que en el acto no se podían permitir ‘manifestaciones’, honestidad brutal que da cuenta del raquitismo de nuestra democracia. Peor aún, el acto necio de ‘no ver’ le hacía decir al subcomisario que no podíamos entrar con nuestras ‘peligrosas’ banderas de lienzo ecológico y afiches, aún cuando en el mismo momento ingresaban de manera masiva los seguidores del oficialismo (‘voluntariamente’ llevados en dos colectivos) con sus bombos y pasacalles de envidiable porte y prolijidad.

De todas maneras, más que enfocar la cuestión en el cotidiano ejercicio de la arbitrariedad que produce sistemáticamente una legalidad para ‘seguidores’ y otra para quienes rechazan el dictamen de ‘agachar la cabeza’ como pregona cierto ministro, creemos más importante señalar el carácter sintomático de las actitudes mayoritariamente asumidas por el conjunto del ‘cuerpo pensante y actuante’ del gobierno.

Ante una verdad incómoda, la actitud prevaleciente de intentar taparla, ocultarla, ‘hacerse el distraído’ y ‘mirar para otro lado’ no es seguramente la más razonable. La enajenación sacrificial de nuestro patrimonio natural en el ‘altar del desarrollo minero’ parece ser una verdad demasiado incómoda para sus responsables directos e indirectos, por acción u omisión. Ocultar la verdad es una práctica enteramente compatible con repetir falsedades. A pocos minutos de los sucesos comentados más arriba, el Gobernador decía que “La política ambiental minera debe apuntar a que el proceso de desarrollo sea compatible con el crecimiento económico, la equidad social y preservación del medio ambiente”. Debería decir quiénes son los que han disfrutado del tal crecimiento económico, debería contradecir con hechos la creciente disparidad socio-económica de Catamarca, debería respaldar con algo más que meras palabras la tan mentada ‘preservación del medio ambiente’ de un gobierno que alienta y encubre la destrucción de cerros, bosques, ríos y reservorios de agua dulce. Pero, sobre todo, debería decírsenos a quienes quedamos del lado afuera de su acto, al conjunto del pueblo catamarqueño, qué hizo el Sr. Gobernador durante los últimos cuatro años, en los cuales promovió el saqueo, la contaminación, la profundización de la inequidad, el aumento de la pobreza, la constante destrucción de la educación. Tal vez los tan extraordinarios beneficios del desarrollo hayan llegado ya para los adulones. Será por eso entonces que los beneficios de la minería caben en un rincón del predio ferial, mientras el pueblo queda fuera.

Ciertamente construir colectiva y democráticamente un modelo de desarrollo realmente sostenible y justo no es una tarea fácil. Esa vía seguramente es más exigente que aplicar las recetas y dictámenes de voluntades externas: requiere extremar nuestra inteligencia, descolonizar nuestras mentes y nuestras prácticas, proyectar una identidad autónoma. Un paso clave en esa dirección es empezar a ver lo que no se quiere ver.

Horacio Machado Aráoz
Alejandro Haber
Elsa Ponce
Carlos Fígari
Docentes Universidad Nacional de Catamarca